Román Bruces: El zumba que zumba en persona

Carlos San Diego

                Vio por primera vez la luz del sol llanero un 8 de noviembre de 1949, en el campo Corocito, jurisdicción de Aragua de Barcelona, estado Anzoátegui. En ese tiempo, en noviembre las serpientes cascabel, ladraban en los guayabales sabaneros y los galápagos salían de los caños y lagunas a anidar en los quemados de la sabana.  El llano en sus propios cueros.

                Aprendió a caminar en los espacios de tierra pelada del patio al corral, bajo las frondosas copas de aquellos tres araguaneyes, un cazabe y un candelo de gigantescos troncos que  levantaban su sombra sobre el blanco arenal del patio de la casa del campo, entre gallos, gallinas, guineos, cochinos, becerros, vacas y toros. Y apenas dio los primeros pasos, le enseñaron cuál era el camino que conducía, primero a la majada para buscar la batata, la auyama y el orégano para el caldo y cuando creció un poco más, le dijeron cuál era el camino que llevaba al conuco junto al fiel perro defensor de la casa familiar, pero ya no para recolectar la cosecha, sino machete en mano para meterle el pecho a los gamelotales, arestinales y bejuquillos, en procura del abastecimiento fresco, de allí mismo, de la germinación de la semilla que nutre la tierra. Después que fue muchacho, que dejó de buscar leña en los chiribitales, que dejó de ir al pozo a buscar agua en las latas, se le encomendó esa arriesgada tarea que el llanero valiente ejecuta más por pasión que por trabajo, la doma de potros, donde deben ponerse a prueba las artes sencillas y al mismo tiempo brutales para arrancarle del cuerpo del animal la fuerza indócil, la bestialidad para hacerlo manejable a la voz y conducción de las necesidades habituales del hombre. El cimarrón domado.   

A punta de coplas

                Mientras esto sucedía, pasando a ser rutina en Corocito, esa fuerza incontenible que insufla el paisaje del llano, ese llano cercano a Unare, a Güere y a Aragua, y una raíz de herencia generacional dentro de la familia, despertaban otros sentimientos, menos rutinarios y más espirituales, más ontológicos, que sólo los podía expresar a través de la ejecución del canto. En la casa, entre los hermanos, ocurrieron los primeros desafíos teniendo a la copla improvisada como forma de diálogo. Muchas veces las conversaciones eran a punta de coplas. La madre, que imponía el orden en la casa no le permitía salidas fuera del entorno de la casa, menos a las parrandas antes de cumplir los 18 años de edad. Régimen matriarcal.

                Así fue. Debió esperar hasta que se decidieron a alargarle el ruedo del pantalón, se compró un par de alpargatas y sombrero  nuevos para salir a cantar, primero a las fiestas campesinas que son inolvidables, con cuatro, maracas, bandolín, acordeón y guitarra. Es que donde llegaban los Bruces había parranda segura y si no la prendían, tocaban, cantaban y bailaban. Era una maquinaria musical en esas ruralías de Aragua de Barcelona. La música andaba en ellos.

El largo camino de los Bruces

                Es larga la historia musical de los Bruces. El abuelo, Isidro Bruces,  fue músico y cantante parrandero; el padre fue un hombre de parrandas. Los tíos Margarito, Pedro Bruces, eran músicos.  Y en la familia, propiamente, el hermano mayor, Rosedel Bruces, que fue un coplero genuino, de esa estirpe impecable y pura de la parranda, nunca llegó a competir, pero además componía algunas canciones. Después surgió Manuel Bruces, coplero y fino intérprete recio; componía y tocaba bandolín, guitarra, acordeón,  que lamentable murió de manera trágica en El Tigre, una sola vez intervino en festivales en el año 1975; están Julio Bruces, uno de los más reconocidos contrapunteadores en la actualidad del llano venezolano y colombiano, es igualmente cantante con varias producciones musicales, radicado en Maracay, y Nohel Bruces, hermano menor que ya ha grabado en más de dos oportunidades. Pero la estirpe no queda allí. Julio Bruces tiene dos hijos que cantan y de los de Román hay cuatro que son nuevas figuras del canto llanero, Roger, Efraín, Carlos y Nixon, que cuentan, tanto Roger como Nixon, con su primeros discos grabados, sumándose esta descendencia inagotable de cantores del llano. Una estirpe de leyenda.

El tigre de oriente

                De esas parrandas campesinas, donde Román llegó a tocar guitarra, otro el cuatro y el otro las maracas y muchachos del vecindario cantaban, nació un Román Bruces coplero, con el apoyo del maestro Juan Carapa y su conjunto Alma del Llano, en Aragua de Barcelona. Los festivales del canto relancino lo llevaron por distintos escenarios del país, demostrando sus virtudes en la agresividad, contundencia y certeza con la copla, haciendo también presentaciones artísticas, cuando las faenas del campo se lo permitían. Entre sus laureles se cuentan 18 festivales nacionales de contrapunteo, donde llegó a ser el temido “Tigre de oriente”, certamen de competencia al que iba, ganaba o tenía buena figuración. Hasta el año 1985, cuando conquistó en Santa Ana, de Anzoátegui, el premio Sotillo de Oro, tuvo uso de la copla como cuchillo. Luego lo entretuvo más el pasaje y el joropo escritos.

                Además adornan su trono de trofeos, entre otros galardones, el Dr. Rodríguez Morales, en Zaraza, cuatro años consecutivos en las categorías de noveles, consagrados y veteranos y el de coplero de copleros. Ganó también el Calanche de Oro, por cuatro años seguidos en Zaraza; el Ipire de Oro, en Santa María de Ipire; el Samán de Oro, en Maracay; el Aragua de Oro, en Aragua de Barcelona. En dos oportunidades compitió en Colombia, en Villavicencio y en Puerto Carreño, pero no tuvo suerte. Sin embargo siguió yendo a Puerto Carreño como artista invitado y como jurado en algunos eventos folklóricos. Hoy tantos viajes son gratos recuerdos.

Oración a “Pancha” Duarte

                Su vida como cantante disciplinado, comienza en el año 1975. Afirma que ese es su trabajo. Y después de 44 años parados al pie de un arpa, ha tenido el proyecto de grabar una producción musical como solista, pero las circunstancias no se lo han permitido aún. Con el maestro arpista Oscar Sterlling estuvo a punto de concretar esta iniciativa y hasta título tuvo el proyecto: “Oración a “Pancha” Duarte, pero se quedó a las puertas del estudio de grabación. Nunca es tarde.

La época de El Tiuna

                Eran los tiempos en que comenzaban de manera sistemática cada fin de semana los espectáculos criollos en algunos sitios de El Tigre. El Tiuna, era uno de esos sitios comerciales pioneros de la canción llanera. Jóvenes venidas de los distintos caseríos y poblaciones de Anzoátegui, Guárico, Apure, Bolívar, Lara, Monagas, comenzaron a tener relevancia en el ambiente artístico de mediados de 1970 y comienzos de la década de los 80. Radio Guanipa, con su programa Llano Adentro, que era de talento vivo, fue igualmente puntal para afianzar esta proyección de nuevos artistas que se sumaban a aquella brecha abierta por Teresita Piñero, Germán Rangel, “Catire” Carpio, Enrique Hidalgo, Gustavo José, comenzando los años 70. La huella quedó.  

                Entre esos llaneros venidos a El Tigre de otras latitudes estaba Román Bruces. Llegó en el año 1979, cuando un grupo de gringos compraron el campo Corocito y tuvieron que salir las familias que habitan en esas tierras. Antes venía a El Tigre, a realizar algunas presentaciones, hasta que se radicó y formó familia y tuvo aquí sus hijos. Y aunque se ha ido por temporadas, siempre ha regresado. Es que al igual que ha trabajado en otras actividades distintas al canto, siempre deja todo lo demás y vuelve al espectáculo. No es hobby, es una profesión.

                En El Tigre comenzó trabajando con el conjunto Brisas Llaneras, de Otilio Hernández y Eleuterio Hernández “el turpial sabanero”, era Ramón Urpín el director y animador. También con el conjunto Alma de Venezuela, del desaparecido arpista Rafael Morales. Era la época de Oswaldo Robles “el vavilán de Arichuna”, Jacobo García, Pedrito Sotillo “el pollo del Caris” y muchos más.  A parte de las presentaciones en El Tigre, salíamos a otras partes: Ciudad Bolívar, Maturín, Caicara del Orinoco.  Eran los galanes del llano.  

                Román Bruces se dedicó varios años también a la organización de eventos llaneros y registró su propia empresa para la promoción de espectáculos y discografía criolla. Para que el llano nunca se pierda.

Jerarquía

                Hoy día, hay que reconocerle como uno de esos pioneros que contribuyó a mantener la tradición de la música llanera en la Mesa de Guanipa, hasta alcanzar el florecimiento que hoy día espiga. Ya con los años encima, pero todavía con su ronquido de “tigre”, Román Bruces, de tanto llano que lleva el alma y en sus pensamientos, de todo lo que le ha legado a sus hijos y sus hijos, de seguro, se lo legarán a sus nietos, y así sucesivamente, es un hombre idéntico a las notas del más tramado y asentado de los joropos llaneros, ese que revienta la garganta y la inventiva de los contrapunteadores sin no tienen pulmón y chispa en el cabeza: nada más y nada menos, que el mismito zumba que zumba en persona. ¿Para qué más?

/Foto: José González.