Roberto Malaver:
Distribución del odio

Fue Martín Alcázar quien me invitó al local. Nos encontramos en Las Mercedes, cuando él iba saliendo de un famoso restaurant y yo andaba buscando la casa del amigo Domingo Alberto Rangel, no para comprarla, sino para visitarlo. Antes de meterse en su Mercedes Benz, Martín me pegó un grito, y no tuve tiempo de hacerme el loco, porque se vino caminando hasta mí diciéndome: “No te hagas el loco, que te quiero hacer una invitación”. Confieso que no lo veía desde los tiempos de estudiante en la Escuela de Estudios Internacionales en la Universidad Central de Venezuela.

Después del saludo me dijo: “Yo sé que tú no odias a nadie, porque te falta mucha fuerza y coraje para eso, pero quiero que vayas conmigo a una reunión por aquí cerca, donde hay una distribución gratuita del odio que hay que aprovecharla. Es verdad que tú me conoces, amigo, y sabes que a la hora de odiar yo soy el primero en ofrecerse a quemar lo que me pongan por delante. Vente.”

Decidí acompañarlo porque Martín Alcázar siempre está en las noticias que uno no conoce, y eso me pareció una gran noticia. Subí a su Mercedes Benz y al rato me estaba bajando cerca de un local donde había una cola de gente. Cuando Martín vio que la cola era muy larga, me dijo que volviera a entrar al carro y así lo hice: “Eso que tú ves ahí es gente que viene a recargar sus tanques de odio. Se nota que hay gente que está perdiendo la capacidad para odiar y a lo mejor se está entregando a esa aberración del amor que no deja nada bueno”.

Después llamó a un señor que estaba en la cola y le preguntó si la distribución del odio era nada más por ese día, y el señor le dijo que había chance hasta mañana.

Y luego le contó: “Yo voy a tratar de meterme una dosis hoy y vengo mañana por la segunda, por si acaso”. “Me parece muy bien”. Le dijo Martín. Y aproveché para preguntarle cómo era la distribución: “Es muy fácil. Te ponen videos de la gente que odias y te muestran fotos y de fondo la música que le ponen en sus videos, si son políticos, claro, para que a medida que tú los ves vayas sintiendo que el odio te va entrando por todo el cuerpo hasta que sientes que estás lleno, y entonces te puedes ir dispuesto a quemar vivo al enemigo que te encuentres por ahí”.

Al final me dejó en la casa de Domingo Alberto Rangel y aquí estoy, echándole el cuento.